UNIDAD 3. EL ARTE CLÁSICO. ROMA.

3.1. INTRODUCCIÓN.


El romano es un arte ecléctico y de naturaleza pragmática conforme al espíritu de la ciudad surgida en el Lazio a mediados el siglo VIII aC., que terminará con el tiempo imponiéndose en todo el mundo occidental y mediterráneo. Al margen de la enorme influencia griega a partir del siglo II aC, como consecuencia de la conquista de Grecia por parte de Roma, los orígenes del mismo hay que buscarlos en la península itálica y más concretamente en Etruria, la actual Toscana (al norte de Roma), donde se desarrolló una importante civilización en la primera mitad del I milenio aC. de dudosa procedencia pero importante acervo cultural y artístico. Dos son los grandes logros aportados por los etruscos al arte romano: por una parte el sentido del utilitarismo y, por otra, el afán por expresar la realidad. Ambos logros se traducen por ejemplo en la utilización del arco y la bóveda, o en el aumento de los órdenes arquitectónicos; la proliferación del retrato en escultura o el empleo de los frescos pictóricos. 

Si el arte griego en su momento histórico pudo influir como ningún otro desde la península ibérica a India, no es menos cierto que la consolidación del lenguaje clásico y su proyección futura sería incomprensible sin el arte romano, que extiende aproximadamente durante un milenio a lo largo de los siguientes periodos, que coinciden con los de la historia política de la propia ciudad:

-          753-509 aC. Monárquico. Asimilación de todo lo etrusco.
-          509-27 aC. Republicano. Concreción de las primeras formas arquitectónicas y del retrato, que pronto se entrelazan con la influencia helenística.
-          27-235 dC. Alto Imperial. Arte como representación del régimen. Conjugación clasicista con un barroquismo que tiende al refinamiento y la emotividad.
-          235-476 dC. Bajo Imperial. La emoción deja paso a la formalización. Tras Constantino se produce una cristianización de las formas tradicionales del clasicismo.


3.2. CARACTERÍSTICAS GENERALES DE LA ARQUITECTURA ROMANA.

Aunque tiene puntos en común con las arquitecturas griega y etrusca, de las que proceden algunos elementos, es incuestionable su personalidad y la trascendencia de sus aportaciones. La principal su nueva concepción del espacio y su carácter mixto, es decir, la alternancia de sistemas constructivos adintelados o abovedados, según el tipo de edificio, que le hace valorar especialmente los espacios interiores. Además:

- Su sentido utilitario y práctico, que es reflejo del poder de Roma y del utilitarismo romano, que le hace adaptarse a cualquier circunstancia y espacio sin perder sus señas de la identidad. Los edificios se hacen para que sean funcionales y duraderos, lo que conlleva experimentaciones y avances técnicos.
- Su carácter ordenado y planificado, lo que se traduce en un predominio de la regularidad y la simetría.
- Su apariencia monumental y colosal, que es expresión del poder de Roma y de sus ciudadanos.
-  La adecuación de los espacios al tipo de construcción y su función. 
- El uso de la ornamentación arquitectónica para subrayar la idea de suntuosidad, tanto en los espacios interiores como al exterior.

Los romanos utilizaron todo tipo de materiales, pero fundamentalmente tres: la piedra, por ser material resistente se usa en cimientos y muros y como revestimiento, en aparejo irregular (mampostería) o regular (sillería). El ladrillo (opus latericium), muy utilizado por su bajo coste de producción y su fácil adaptación a las distintas formas arquitectónicas; a menudo se reviste con mármoles o mosaicos. El hormigón (opus caementicium), elemento típicamente romano, se producía con guijarros, cal, arena y agua, utilizándose como material resistente y ligero en bóvedas y cúpulas.
Respetaron también los órdenes arquitectónicos, pero adaptándolos a las nuevas necesidades y, en ocasiones, como simples elementos decorativos. El arquitecto y tratadista  romano Marco Vitruvio Polion ("Los diez libros de arquitectura", s. I aC.) considera la existencia de cuatro órdenes: 
. El toscano, en realidad una reinterpretación del dórico realizada en Etruria, con basa y fuste liso.
. El jónico, similar al griego, aunque con las volutas oblicuas. 
. El corintio, muy parecido al griego, pero con los acantos más rizados y las volutas oblicuas y más desarrolladas. Y, 
. El orden compuesto, síntesis de los dos anteriores, con las volutas más desarrolladas que en el corintio.
Estos dos últimos fueron los preferidos por los romanos por su carácter ornamental.
En ocasiones, los ordenes aparecen combinados en fachada como ejemplo del sintetismo romano. Siempre que eso ocurre, la distribución de los mismos sigue un ritmo preestablecido desde el toscano abajo, pasando por el jónico, el corintio y el compuesto conforme nos elevamos en altura.


En definitiva, la arquitectura romana se reduce a tres principios básicos que Vitrubio resume en: 
a) Firmitas (firmeza), como garantía de la perdurabilidad de la obra y de la propia Roma, que se traduce en edificios robustos y sólidos.
b) Utilitas (utilidad), como expresión del practicismo romano, que favorece la realización de numerosas tipologías de edificios para todos los usos.
c) Venustas (belleza), imagen del desarrollo estético de la civilización romana.

Todos estos rasgos se traducen en una gran variedad tipológica, en la que los romanos siempre demostraron su originalidad, pragmatismo y perfeccionamiento, como reflejan las concepciones urbanísticas, la arquitectura privada, la arquitectura civil, los templos, los monumentos funerarios y los conmemorativos, independientemente de épocas y estilos. 

3.2.1. Urbanismo y vivienda.

También aquí observamos una síntesis de lo etrusco y lo griego; de los primeros tomarán el sentido práctico para la realización de obras de ingeniería que mejoren las condiciones de vida de la ciudad, de los segundos multitud de edificios y algunas soluciones de trazado.
La Roma antigua tenía un plano totalmente irregular, se trataba más bien de una aglomeración de casas de barro y madera. Tras el contacto con los griegos, se plantea el trazado ortogonal -mucho más racional- en las zonas de ampliación de la ciudad o destruidas por incendios.


Las ciudades fundadas en provincias llegarán también a una solución parecida a través de una vía muy diferente: la evolución del campamento militar romano, de trazado cuadrangular, rodeado de empalizadas en las que se abren cuatro puertas que dan lugar a sendas avenidas entrecruzadas: el cardo (de dirección N_S) y el decumano (de dirección E_W). En el cruce de ambas se situaría el foro, principal espacio público de la ciudad, y el resto de las calles se dispondrían paralelas o perpendiculares a las anteriores. En el foro se erigían los edificios civiles y religiosos más destacados, componiendo en su conjunto el marco funcional para el desarrollo político y social de la ciudad. El crecimiento de las ciudades, y en especial de Roma, originó los problemas característicos de toda gran ciudad: escasez de suelo urbanizable y especulación del mismo, lo que se tradujo en la aparición de los primeros edificios en altura (que se contraponían a la tradicional vivienda romana, domus, de planta baja y articulada por patios), las Insulae y de los cementerios subterráneos, las catacumbas, ya durante la expansión del cristianismo.

3.3. PRINCIPALES CONSTRUCCIONES DE LA ARQUITECTURA ROMANA Y SUS CARACTERÍSTICAS.

El carácter utilitario de la arquitectura romana y el modelo de vida de los ciudadanos de Roma se tradujo en la proliferación de tipologías arquitectónicas hasta entonces desconocidas que enriquecían la idea de participar de unas costumbres comunes y afianzaban el sentido de pertenencia a un Estado. También en esto los romanos adoptaron una postura sincrética participando de las influencias de los territorios conquistados y adaptándolas a sus especiales circunstancias. Así, encontramos todos tipo de edificios públicos y privados, civiles, religiosos y funerarios; obras de ingeniería, para espectáculos, para el ocio, la administración o conmemorativos. Se puede decir que fueron los primeros en dotar de un espacio propio a las principales actividades humanas, creando modelos que han sobrevivido hasta la actualidad. Para ello, no dudaron en regularizar la función y el oficio del arquitecto, y no solo de la arquitectura, a través de tratados, como el de Vitrubio, que iban un paso más allá de un simple orden entendido como un sencillo conjunto de elementos decorativos combinados con un cierto sentido normativo.

3.1.1. Las obras de ingeniería.

Conocen en Roma un enorme desarrollo, debido a sus condicionantes políticos, territoriales e incluso sociales. A los romanos se debe la creación de una serie de infraestructuras, algunas de las cuales han llegado hasta nuestros días cumpliendo su uso inicial: calzadas, puentes, acueductos, faros, etc.

Las calzadas. Vías de comunicación creadas por los romanos para poner en contacto los extensos territorios del Imperio, como Vía Augusta o la Vía Platea en la península ibérica.

Los puentes. Salvaban desniveles por los que discurrían las calzadas, como el puente de Alcántara (Cáceres), sobre las aguas del Tajo durante el imperio de Trajano (s. II dC); o el Pont du Gard (en Nimes, Francia), erigido durante el periodo augusteo (fines s. I aC).

Los acueductos. Son construcciones que servían para trasladar agua a las ciudades desde fuentes próximas. Como ejemplos más significativos señalamos el acueducto de Segovia (construido entre los s. I y II dC.), el de Les Ferreres en Tarragona y  el acueducto de los Milagros en Mérida.
Estaban complementados por otras construcciones: los pantanos, donde se recogía el agua en origen (como el de Proserpina en Mérida) y las castella aquarum, torres de depuración y distribución de las aguas a la entrada de las ciudades.

3.3.2. Edificios públicos.

Las basílicas. Tipológicamente son edificios rectangulares, de tres o cinco naves, y terminados en un ábside en uno de sus extremos. Cumplían una doble función, económica y judicial. Existen, dos tipologías, la oriental, cuando la fachada de acceso se sitúa en uno de los laterales largos, y la griega, cuando lo hace en uno de los laterales cortos (luego empleada por los cristianos como edificio religioso). En Roma destaca la basílica de Majencio o Constantino, en el foro.

Las termas. Cumplen al tiempo una función higiénica y social, siendo por ello edificios muy habituales, con los que los emperadores solían atraerse la popularidad de sus súbditos. Desde el punto de vista estructural, constan de varias zonas dedicadas al ritual del baño: apoditerium (vestíbulo), frigidarium (sala de baño frío), tepidarium (sala de baño templado), caldarium (sala de baño caliente) y natatio o piscina central; su construcción exigía un gran dominio técnico por la propia infraestructura que requiere el baño, su carácter abovedado y las grandes dimensiones que algunas de ellas podían alcanzar. En Roma sobresalen las de Caracalla y Diocleciano.

3.3.3. Edificios públicos, para espectáculos.

Los teatros. Toman al teatro griego como referencia, aunque con diferencias notables desde el punto de vista formal. Son casi todos ellos construidos en su totalidad, es decir, no aprovechan las laderas de las montañas como los griegos, sino que se construyen frecuentemente sobre terrenos llanos. Su forma es semicircular y solía tener un fondo arquitectónico muy elaborado: el frons scenae. En  Roma destaca el teatro Marcelo, construido en época de Augusto y que sirvió de modelo a los teatros de provincias. En España los de MéridaMálagaSaguntoCartagena o Segóbriga

Los anfiteatros. Son obras propias del espíritu romano, derivadas de los teatros pero con forma oval. Estaban destinados a los juegos con fieras o luchas de gladiadores. Entre todos ellos destaca el anfiteatro Flavio, concluido por el emperador Tito hacia el 80 dC. y conocido también como el Coliseo (por la estatua colosal de Nerón como Helios que se situaba en las proximidades). En España sobresalen los de Mérida, Itálica y Segóbriga.

Los circos. Se destinaban a carreras de caballos o cuadrigas. Tenían una forma alargada y estaban divididos longitudinalmente por un muro central o spina en torno al cual discurría la competición.  El más famoso fue el circo Máximo de Roma. En España se conservan los de Toledo y Mérida.

3.3.4. Edificios religiosos y funerarios.

Los templos. Siguen los patrones tuscánico (etrusco) y griego, elevándose sobre un alto podíum  con amplio pórtico y cella casi cuadrangular y con columnas adosadas (pseudoperípteros). El orden más empleado en la columnata es el toscano. Esta feliz síntesis entre lo etrusco y lo griego se difundió rápidamente convirtiéndose en el esquema clásico del templo oficial, como observamos en los ejemplos dedicados a Portuno en Roma (s. II aC) o la Maison Carrée en Nimes (transición al s. I dC.) No obstante los romanos construyeron  otros modelos templarios de inspiración helénica: los tholos, entre los que destacan los dedicados a Hércules Olivario  en Roma y el templo de Sibila y Vesta en Tívoli.
Pero entre todos los templos destaca, por su originalidad, el Panteón, edificio que Agripa (general y yerno  de Augusto) consagrara en 27aC. a todos los dioses de acuerdo con la nueva espiritualidad augustea de tolerancia religiosa. Fue destruido por importantes incendios y reconstruido de forma completamente nueva en época del emperador Adriano durante la primera mitad del siglo II (118-125 dC.). El edificio presenta una estructura principal cilíndrica y cupulada con un pórtico de acceso al modo clásico. La sala central es expresión del universo celeste y el emperador su Cosmocrator. La originalidad de la obra ha llevado a relacionarla con Apolodoro de Damasco, arquitecto de Trajano, uno de los más geniales y atrevidos de la Roma imperial.

Las tumbas. El rito funerario más usual en el mundo romano fue la incineración del cadáver, en especial hasta la época de Adriano (s. II dC.) a partir de la cual se practicará la inhumación en ricos sarcófagos, especialmente entre las clases altas de la sociedad. El tipo más sencillo de enterramiento era la simple fosa complementada por un ara o estela. También eran frecuentes las esculturas alegóricas o los bustos-retrato del difunto colocados sobre un plinto. Junto a estas sepulturas populares, se alzaron también ricos mausoleos pertenecientes a las familias más acaudaladas; responden a tres tipos: torre, templo y columbario. Al primer tipo pertenecen las estructuras cilíndricas de Cecilia MételaAugusto (ambas del s. I aC) y Adriano (s. II dC), síntesis de los túmulos etruscos; o las cuadrangulares de los Julios (Francia) o de los Escipiones (Tarragona), ambas del s. I aC y en la tradición de monumentos helenísticos. Forma de templo presenta el mausoleo de Fabara (Zaragoza) y de tipo columbario (nichos) son las catacumbas. No obstante la tolerancia y el sincretismo de formas que adopta la Urbe permite la construcción de otras tumbas tan singulares como la tumba panadero Eurysaces, al modo de su propio horno, o la célebre de Cayo Cestio, en Roma, al modo de los faraones egipcios, ambas en Roma.
  
3.3.5. Monumentos conmemorativos.

Los arcos de triunfo. Son construcciones típicamente romanas, que servía para conmemorar algún acontecimiento importante o glorificar a un emperador victorioso. Es lógicamente abovedada, utilizándose elementos adintelados para su decoración; podían constar de uno o tres ojos, y excepcionalmente cuatro, al enfrentar un arco en cada uno de los frentes de un cuadrilátero: arco quadrifronte. Sobre los arcos se situaba un ático destinado a la inscripción epigráfica que advertía sobre el constructor y sus hazañas. El conjunto se decoraba con relieves y podía estar rematado con esculturas exentas. En Roma destacan los arcos de Titoconstruido en el s. I dC. , de un ojo, y los de Septimio Severo (pps. s. III)  y Constantino (s. IV), de tres. En España, al primer ejemplo corresponde el arco de Bará en Tarragona; al segundo el de Medinaceli en Soria; y al arco quadrifronte el de Cáparra en Cáceres.

Las columnas. Son también características de la cultura romana en su finalidad conmemorativa. Suelen elevarse sobre un alto plinto, no responden a un orden concreto y su fuste se decora con un friso helicoidal corrido sobre las gestas del emperador a quien se dedica. La más importante es la de Trajano, en el foro realizado por él, y destinada también a servirle de tumba. A imitación de ésta se realizaron la de Marco Aurelio y la de Antonino en Roma, esta última no conservada, y más tarde la de Constantino con motivo de la refundación de Bizancio (Constantinopla).

3.3.6. Las residencias imperiales.


Surgen tras la consolidación del Imperio como institución, conforme a la idea de asociar la figura del emperador a la de la Urbe, y la grandiosidad de aquel con la de la propia Roma. Los precedentes más inmediatos los encontramos en los palacios de los reyes helenísticos, aunque con un avance respecto a ellos al aplicar los romanos su particular genio constructivo en muros, bóvedas y plantas de gran complejidad. Destacan: La Domus Áurea de Nerónconstruida por el emperador Nerón tras el incendio de Roma del año 64 dC., y síntesis perfecta entre arquitectura y naturaleza. La Domus Flaviaconstruida durante la segunda mitad del s. I dC por el arquitecto Rabirius, constituye la residencia definitiva de  los Césares sobre el Palatino (Palacio) y responde a un espíritu racionalista no exento de importantes novedades técnicas como la gran bóveda de cañón del Aula regia o la Coenatio Jovis, el fastuoso comedor de gala. La Villa Tiburina, realizada por Adriano entre los años 120 y 138 e influida por concepciones artísticas orientales. Y El palacio de Diocleciano en Spalato, construido para retiro de este emperador en la actual Split (Yugoslavia) a principios del s. IV. Es la última gran obra de la antigüedad romano-pagana, reuniendo la triple función de palacio, templo y tumba. Su planta está inspirada en un campamento militar: rectangular y fortificado, con un  tono helenístico en la abundancia de arquerías y pórticos, acorde con su propia ubicación geográfica. 

3.3. LA ESCULTURA ROMANA.



Ha sido tradicionalmente objeto de discusión sobre si se trata de una degradación de la griega o, por el contrario, de un arte independiente, con sus características propias y sus aportaciones originales. Sea como fuere y al igual que en arquitectura, parece indiscutible su carácter híbrido en el que se mezclan diversas tendencias estilísticas: el racionalismo griego, la rigidez y el hieratismo de lo centroeuropeo, o el simbolismo y decorativismo oriental.
Lo cierto es que todas estas características preexistentes se sintetizan de una manera nueva en Roma, respondiendo al espíritu utilitario y magnificente de sus ciudadanos, y dando lugar a nuevos modelos escultóricos: el relieve histórico y el retrato, que se manifiestan principalmente desde finales del periodo republicano, y al triunfo de una realidad trascendente.

Los relieves históricos.

Son esculturas conmemorativas referidas a acontecimientos concretos protagonizados por estadistas romanos. Formaban parte invariablemente de monumentos arquitectónicos encargados por los propios protagonistas o por instituciones públicas. Se trata de creaciones genuinamente romanas. Expresan la pasión de éstos por la historia, y por el tratamiento objetivo y realista de la misma, de ahí su doble carácter narrativo y pictórico.
El más antiguo que se conoce es el conocido como altar de Domicio Ahenobarbo (pps. s. I aC.). Al periodo imperial corresponde ya el Ara Pacis Augustae (altar de la paz), el altar realizado por el Senado en el Campo de Marte de Roma para celebrar el regreso de Octavio Augusto de sus campañas militares de Hispania y Galia en 13 aC, y la paz que siguió a las guerras civiles. Los relieves que decoran dichos muros son un mensaje de propaganda augustea basada en las ideas de paz y renacimiento romano. su ejecución se debería a escultores griegos inspirados por el friso de las Panateneas del Partenón.
Durante la dinastía Flavia asistimos a la aparición de un relieve menos helenizante que culmina en la consecución del “ilusionismo espacial” en los paneles que adornan el interior del arco de Tito en Roma.
El reinado de Trajano es el de mayor riqueza en relieves monumentales, entre los que sobresalen los de su propia columna conmemorativa, concebida como punto focal de foro trajano. Los relieves tienen la forma de un friso en espiral que recubre el fuste de la columna y que muestra, en un estilo narrativo continuo, los acontecimientos de las campañas del emperador contra los dacios en la actual Rumanía (101 a 107 dC.). A imitación de la columna trajana se realizaron las de Antonino y Marco Aurelio en Roma. Las características de sus relieves están muy alejadas, sin embargo, del naturalismo objetivo de aquella.
La reorganización del Estado llevada a cabo por Diocleciano a principios del s. IV tiene su expresión artística en los relieves del arco de Constantino realizados por este emperador (otros se reaprovecharon de monumentos de Trajano, Adriano y Marco Aurelio). Las imágenes se disponen ahora conforme a la rigidez de un orden mecánico inspirado en la visión mecánica y trascendente de la filosofía de Plotino que preludia el arte bizantino y cuyos inicios podrían rastrearse en la base del obelisco de Teodosio en Constantinopla (fines s. IV dC.).

El retrato.

Los orígenes y la originalidad del retrato romano han sido objeto de serios debates entre los historiadores del arte. En la actualidad se suele creer que resulta de una convergencia de varias corrientes distintas: las imagines maiorum (mascaras mortuarias) romanas, de las que adquiere su riguroso realismo; el retrato egipcio, con su afición por representar la fidelidad fisonómica; la trascendencia griega y la intensidad expresiva etrusca.
A medio camino entre lo italo-etrusco y lo romano se encuentran esculturas como el retrato de Lucio Junio Bruto (s. III aC) y el Arringatore (Orador, s. I aC), síntesis de la idealización griega y el expresionismo de tradición itálica. Pero la aparición del retrato honorífico romano habrá de esperar hasta finales del periodo republicano: en el s. I aC., cuando son identificables las principales figuras políticas del momento: Pompeyo, Cesar, Cicerón…, que representan las corrientes retratísticas que convergen inicialmente en Roma: a la griega, a la romana y síntesis de las dos respectivamente. Las esculturas privadas, siguiendo la tradición de las imagines maiorum, sintetizan el hiperrealismo de las mascarillas con una gran expresividad cargada de austeridad, como demuestra el retrato del Anciano del Museo Torlonia o el Patricio con los retratos de los antepasados del palacio de los Conservadores.
La tradición realista del retrato romano republicano no parece haber sobrevivido durante el Imperio. El tipo de retrato que aparece repetidamente desde el periodo augusteo y en adelante no procede de las mascarillas funerarias, sino del tipo helenizado. El propio Augusto aceptó durante su primera época una iconografía inspirada en la de Alejandro Magno, y tras su victoria sobre Marco Antonio decidió inclinarse por una versión más clásica: bella y enérgica; idealizada, abstracta y serena. Esta imagen se repitió con pequeñas variantes en todas las esculturas de Augusto, entre las que sobresalen los Augustos de Prima Porta y de la Vía Labicana.
Inspirados por obras de este tipo, los familiares del emperador y sus sucesores e incluso personas ajenas a la corte adoptaron la misma estética. No obstante en tiempos de Claudio empieza a surgir una nueva tendencia hacia lo pictórico y lo real, más acusada en el reinado de Nerón. Esta tendencia hacia el realismo se constata definitivamente entre los emperadores de la dinastía Flavia, en consonancia con su ascendencia familiar. Un elemento nuevo resalta en sus imágenes, como en las de Tito y Domiciano, su impresión de familiaridad.
Durante el reinado de Trajano, los retratos continúan técnica y conceptualmente la tradición flavia, aunque con mayor energía que refleja eficazmente sus cualidades. Su sucesor, Adriano, experimentó un nostálgico retorno a los ideales clásicos griegos, tanto en estilo como en contenido. Los retratos de Antinoo, el joven amigo del emperador, están inspirados directamente por la serenidad policlética.
La dinastía de los Antoninos inicia un claro apartamiento de los modelos ideales griegos. El retrato cobra una especial relevancia como medio de propaganda. Se impone con éxito la fórmula imperial con paludamentum o manto de general fijado por un broche y se desarrolla una verdadera pasión por las efigies grandiosas, cargadas de dignidad y realizadas con particular virtuosismo.. Resultado de todo ello son retratos muy decorativos y pictóricos, que atrajeron a los escultores manieristas y barrocos del s. XVI y XVII. Además, introdujeron fórmulas de representación nuevas, como el retrato de medio cuerpo de Cómodo como Hércules o el retrato ecuestre de Marco Aurelio en el Capitolio, que habría de servir como modelo de la escultura conmemorativa de todos los tiempos.
Los Severos continuarán con la trayectoria anterior: posiciones oblicuas y contrastes lumínicos. La renuncia a los modelos helénicos se evidencia en el exagerado expresionismo de los rostros entre el que sobresale el del denominado Caracalla satán. El periodo de anarquía militar coincide con un proceso de degradación en la retratística romana que se concreta durante la Tetrarquía (división del Imperio por Diocleciano) a través de representaciones burdas, grotescas y desproporcionadas, con ojos profundos que dan a las figuras un aspecto terrorífico (grupo de los tetrarcas en la plaza de s. Marcos de Venecia). Es posible que el Egipto romano haya tenido gran influencia en la formación del estilo tetrárquico, pues de allí venía el porfirio duro que se reservaba a este tipo de escultura imperial y quizás también los escultores expertos en su talla.

Originarias de las provincias orientales del Imperio son las influencias, tanto ideológicas como estilísticas, sobre el nuevo concepto de esencia divina y el carácter sagrado de los gobernantes. El resultado de esta influencia es la gradual supresión de los rasgos fisonómicos la reafirmación del retrato tipológico. Prevalece un anticlasicismo, basado en la estricta frontalidad, la rígida simetría, el esquematismo y los tópicos de representación, como en la colosal estatua de Constantino del Palacio de los Conservadores, que nos sitúa a las puertas del arte medieval.

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