Unidad 1. LAS PRIMERAS MANIFESTACIONES ARTÍSTICAS. EL ARTE PREHISTÓRICO Y DE LAS PRIMERAS CIVILIZACIONES.

El arte es un hecho consustancial al hombre y su origen se remonta a la propia existencia de éste, al menos en los estadios considerados “sapiens”, es decir, con capacidad para construir pensamientos complejos, que van más allá del simple principio de causalidad. Esta circunstancia se remonta a más de 35.000 años en el pasado y da idea de la complejidad de un fenómeno que ha caracterizado a las distintas culturas y civilizaciones que se han sucedido desde entonces.
La gestación del hecho artístico tiene lugar en el transcurrir de la evolución de las comunidades humanas, desde las más simples –las cazadoras y recolectoras del Paleolítico-  hasta aquellas más complejas, cuyas estructuras nos permiten hablar ya en términos de verdaderas civilizaciones (Egipto y Mesopotamia). Se trata de un largo periodo de más de treinta mil años en el que se articulan los rasgos esenciales del arte: la técnica, el material y la idea, hasta conformar unos principios generales que habrán de desarrollarse a lo largo de la historia de los hombres.

1.1.  ARTE PREHISTÓRICO.

El arte paleolítico.
El arte de la Prehistoria es, curiosamente, el más desconocido y sujeto a revisión que existe, debido a la relativa modernidad de las ciencias y procedimientos que se dedican a su estudio. De hecho hay quien duda, incluso,  que pueda ser considerado como obra de arte objetos sobre cuyo significado desconocemos prácticamente todo. Sea como fuere, el arte prehistórico se desarrolla muy tardíamente, coincidiendo con el establecimiento definitivo del Sapiens Sapiens en el Paleolítico Superior (-35.000aprox.) y la recesión del glaciarismo, aunque quizá hubieran podido existir algunas manifestaciones anteriores –relacionadas con los neandertales- que desconocemos. Por vez primera aparecen manifestaciones escultóricas y pictóricas que representan modelos figurativos del natural, preferentemente animales y muy raramente figuras humanas con un sentido ritual. Sobre su origen y sentido existen diversas hipótesis. Así, la tradición decimonónica consideraba estos objetos surgidos para el simple goce estético de los individuos paleolíticos: “el arte por el arte”. A principios del siglo XX, se aporta un sentido más científico, hablando de una cierta empatía del arte que sería  favorecedor del hombre que lo ejecuta: “magia simpática”. Desde los años 50/60 aparecen teorías que se inclinan por un significado sexual-social favorecedor de la pervivencia de la tribu. Actualmente su sentido sigue siendo motivo de debate entre los investigadores. El arte del Paleolítico Superior es un fenómeno casi exclusivamente europeo y presenta un doble carácter en función del soporte sobre el que se trabaja: mobiliar, para todos aquellos objetos (esculturas de bulto redondo) de pequeño formato concebidos para ser transportados, y parietal, para aquellos otros (pinturas y relieves, generalmente) que se trabajan sobres las paredes de las cavernas y tienen, por tanto, un carácter inmueble.
El arte mobiliar.
Está constituido por pequeños objetos realizados en piedra, hueso o marfil, elaborados con una hoja de sílex o un buril, que eran transportados por la tribu en sus desplazamientos constantes en busca de caza y recolección. El capítulo más notable del arte mueble es el que corresponde a las denominadas venus paleolíticas (pequeñas figuras femeninas desnudas, de contornos muy voluminosos y caracteres sexuales muy acentuados) llamadas así por creerse ídolos favorecedores de la fertilidad, con una antigüedad entre -25,000 y -18.000 años.
El arte parietal.
Denominado también  arte rupestre, comprende las pinturas y relieves con los que el hombre paleolítico decoró las paredes de las cavernas que habitó. Su área de difusión es preferentemente la Europa atlántica, aunque hay también vestigios en la zona mediterránea y central. Las representaciones aparecen frecuentemente en el interior de grandes grutas, en salas alejadas de la entrada o lugares de habitación que se han identificado como una especie de santuario, cuyo significado nos es desconocido.
Las primeras manifestaciones de la pintura paleolítica son signos de forma muy variada: puntos, bastoncillos, etc. Se conocen con el nombre de pintura táctil o figuras tectiformes.  Dentro de este grupo pictórico podemos incluir también las huellas de manos, realizadas por impresión (manos positivas) o silueteadas (manos negativas), que quizás podrían ser códigos para transmisión de mensajes. Sin embargo, el foco de atención prioritaria de la pintura rupestre es el mundo animal, base de la subsistencia y de la economía cazadora-recolectora de este periodo. Las representaciones más frecuentes son las de caballos y bisontes; en menor medida aparecen ciervos, renos, cabras o jabalíes; y muy excepcionales son los mamuts, felinos, osos o peces. Todos ellos están tratados con un gran realismo y exactitud anatómica, fruto de la  observación directa  y del contacto con los animales en labores de desollado o despiece. Con carácter general son figuras aisladas, aunque aparezcan formando grupos e incluso, en ocasiones, se yuxtaponen unas sobre otras.

La pintura levantina.
Durante el Mesolítico y el Neolítico, la mejora de las condiciones climáticas permitirá un cambio de actitudes y comportamientos del hombre prehistórico que se observa en sus utensilios (más perfeccionados y abundantes) y en su alimentación (mucho más diversificada).

La expresión artística más importante del momento es la denominada Escuela levantina de pintura, que engloba una serie de manifestaciones pictóricas rupestres de características más o menos homogéneas en la franja mediterránea, desde el sur de Francia hasta el norte de África. Las pinturas levantinas se encuentran en abrigos de poca profundidad y en farallones al aire libre. Son monocromas (rojas, negras y raramente blancas) y por primera vez aparece la figura humana plenamente definida y formando escenas narrativas: de caza, de recolección, rituales o cotidianas. Los animales que acompañan estas escenas son de tamaño más pequeño que los del Paleolítico y pertenecen a especies más conocidas: ciervos, toros, caballos o cabras. Los trazos pictóricos son fluidos y dinámicos, esencializando las formas figurativas. Los conjuntos más notables de esta pintura son los de Cogull (Lérida), los del barranco de la Valltorta  (Castellón), los de la cueva de la Araña (Valencia), y los de Nerpio, Minateda y Alpera en Albacete. Su antigüedad oscilaría entre -6.000 años y bien entrada la edad de los metales, -3.000 años.


El megalitismo.
Durante el periodo Neolítico y la Edad de los metales, la sedentarización de los hombres implicará también la aparición de las primeras arquitecturas, primero de madera y barro y posteriormente de grandes piedras (megalitos) y en relación con la aparición de los primeros cultos animistas (poderes de la naturaleza) Existe una gran variedad tipológica de estos monumentos, cuyo origen y significación no está en todos los casos resuelto:
El megalito más simple, el menhir, es un monolito de piedra de gran tamaño clavado en la tierra en sentido vertical. La agrupación de varios menhires se denomina alineamiento. Se interpreta como una especie de estela funeraria o quizás como  hitos o lindes territoriales.
Los trilitos son monumentos conformados por dos piedras verticales sobre la que monta otra horizontal. Suelen complementar estructuras más complejas como el cromlech (menhires o trilitos dispuestos en círculo o elipse), tal vez santuarios astrales relacionados con un culto funerario, o incluso observatorios astronómicos para la medición del tiempo y las estaciones. De forma más pragmática se han interpretado también como grandes centros de relación económica o social de las culturas megalíticas.
Pero el monumento megalítico por excelencia es indudablemente el dolmen (literalmente “mesa de piedra”). Se compone de varias piedras informes dispuestas en vertical sobre las que descansa otra de mayores dimensiones situada horizontalmente. En el caso del dolmen no existe la menor duda de que fueron construcciones destinadas a enterramientos colectivos y de inhumación, aunque hayan sido muy pocos los que llegasen hasta nosotros sin expoliar. Su origen  se remonta, como toda la arquitectura megalítica, al periodo de transición Neolítico-Calcolítico (Cobre), aunque evoluciona durante la Edad de los Metales hacia formas cada vez más complejas como las galerías cubiertas o los dólmenes de corredor (con pasillo de acceso).

1.2.  EL ARTE DE LAS PRIMERAS CIVILIZACIONES.

Hacia el año –3000 tiene lugar el descubrimiento de la escritura en zonas geográficas como Egipto, Mesopotamia, India y China; todas ellas caracterizadas por la presencia de grandes ríos que favorecieron el desarrollo de una agricultura de regadío, cada vez más compleja y que implicaba mayores exigencias de índole social y administrativa. Debido a estas nuevas exigencias, surgen la monarquía, el orden funcionarial y las castas sacerdotales; la diversificación del trabajo, la tecnificación y el comercio; el estado, las primeras leyes y los ejércitos; las ciudades y la jerarquización de la sociedad. En definitiva, se definen  las características de lo que hoy conocemos con el nombre de civilización.


-          El arte egipcio.

El arte egipcio es deudor de las concepciones religiosas y sociales de la civilización del País del Nilo. La creencia en la vida de ultratumba se traduce en la aparición de un arte realizado para  perdurar; la rígida estructura unificadora y centralista, inspirada en un Estado omnipotente regido por un rey-dios: el faraón, conlleva el desarrollo de un arte monumental que tiene por objeto mostrar la magnificencia del poder. A estos dos factores se une otro tercero, el geográfico, que condiciona un arte que busca su integración armónica con el paisaje y es base de homogeneidad estilística debida a su tradicional aislamiento.

La arquitectura es el arte por excelencia del Egipto faraónico, no en balde expresa mejor que ningún otro el poder del faraón y del Estado, y simboliza de manera precisa la importancia social de la religión egipcia.
Por eso, la arquitectura faraónica es de dimensiones colosales y destinada a perdurar en el tiempo. Para conseguirlo se utiliza la piedra como material constructivo más importante, extraída de los acantilados próximos al Nilo. La existencia de piedra en abundancia condiciona la realización de una arquitectura adintelada, de líneas rectas, donde la columna  se convierte en el elemento más destacado de edificio, en un intento por aproximar las construcciones a la naturaleza.
Resulta difícil entender cómo pudieron erigirse semejantes obras sin el conocimiento de la rueda o de los útiles de hierro. Los egipcios utilizaron rampas, trineos, rodillos, palancas, cuerdas y al asno como animal de carga; pero, sobre todo, utilizaron unos conocimientos matemáticos excepcionales y una organización del trabajo autoritaria, disciplinada, pero no servil, que convertía el esfuerzo de los hombres en magníficos monumentos a mayor gloria de su faraón, de su religión, de su estado, y, por ende, de ellos mismos.
Ese doble carácter faraónico-religioso del que hablábamos se traduce en que los modelos arquitectónicos más representativos sean las tumbas y los templos.
Las primeras responden a varias tipologías, entre las cuales la más significativa es la pirámide, emblema del poder del Estado y de la jerarquía social que tiene como cúspide al faraón. Los templos evolucionan a través de distintas formas a lo largo del tiempo, pudiendo identificarse unos edificios consagrados a las divinidades egipcias y otros, de tipo funerario, vinculados a la vida de ultratumba del faraón.
La escultura y, en general, todas las artes plásticas presentan en Egipto una variedad de formas a veces contrapuestas. Así, existe una escultura solemne y cortesana, destinada a la supervivencia del ka, frente a otra cotidiana, realizada para reproducir la vida terrenal; se emplean en aquella materiales nobles y perdurables, frente a otros perecederos en esta; se observa una tendencia hacia el realismo conceptual y estereotipado en las primeras, frente a un mayor naturalismo en las segundas.
A pesar de ello existe en todas un evidente continuismo a lo largo de tres mil años, apenas alterado por periodos muy concretos, que se refleja en una serie de leyes escultóricas, que son más bien tópicos de representación (no existe el concepto de belleza tal y como lo entendemos en la actualidad, sino de obra bien hecha):
-La ley de la frontalidad. Según la cual las esculturas se representan de frente o para hacerlas más reconocibles.
El principio de jerarquía. Los personajes se representan a mayor o menor escala según su importancia.
               
Finalmente, la pintura adquirió un gran desarrollo en Egipto, compartiendo con el relieve funciones decorativas y ornamentales. Suelen complementar las arquitecturas funerarias, con representaciones religiosas extraídas de la literatura mortuoria, pero también con temas cotidianos de gran naturalismo: escenas agrícolas, de caza, de danza, paisajes, etc. Así, puede decirse que si la arquitectura fue la creación del espacio simbólico en el que el egipcio podía seguir viviendo eternamente, la pintura sirvió para recrear de modo expreso las actividades a las que el difunto dedicaría su nueva existencia.
Al igual que el resto de las artes plásticas está cargada de convencionalismos y estereotipos: ley de frontalidad, principio de jerarquía..., que se traducen en un arte rígido, con muy pocos cambios a lo largo de su historia.

-          El arte mesopotámico.
Se inserta como ningún otro en las características geográficas del territorio. El país entre los ríos Tigris y Éufrates es una llanura aluvial de gran riqueza que pronto conoció el desarrollo de importantes culturas desde el Neolítico que generaron el bullir de las primeras ciudades del mundo en tiempos muy remotos. Las posibilidades económicas de la zona y su carácter de encrucijada en el Próximo Oriente provocaron que se sucedieran a lo largo del tiempo las invasiones y colonizaciones de diferentes pueblos que dieron como resultado una cultura tan heterogénea como compleja. Además, la religión animista, más cercana al pueblo que los complicados dioses egipcios, contribuyó a la creación de un poso cultural mucho más pragmático y cercano a la realidad, en cuanto que los dioses podían garantizar la benignidad o no de las cosechas, pero en ningún caso la vida de ultratumba de los individuos. Por eso, el arte se convirtió –por encima de los valores plásticos que nosotros le conferimos- en el medio empleado para transmitir ideas de poder y autoridad, para consolidar normas de convivencia o para subrayar roles sociales.
La arquitectura se encuentra condicionada por el marco geográfico en que se desarrolla  en cuanto que afecta a los propios materiales con los que se construye.
Como dijimos, Mesopotamia es un territorio de depósitos aluviales (sedimentarios), es decir, no existen canteras de las que poder extraer piedra, así como tampoco grandes bosques cuya madera sirva para construir soportes o cubiertas. En estas circunstancias, el arquitecto mespotámico no podía realizar edificaciones arquitrabadas al uso, puesto que el único material abundante, el barro (utilizado formando bloques cúbicos), presentaba una débil consistencia dispuesto en línea recta. Como solución se experimentara una disposición radial; había nacido el arco y la bóveda, y con ellos la arquitectura abovedada. Como soporte se utilizarán simples muros de carga fabricados también  de ladrillo. El tipo de ladrillo más utilizado era el adobe (ladrillo secado al sol); en menor medida se utiliza el ladrillo cocido sólo para el revestimiento de los edificios, siempre trabados con betún.
La cultura mesopotámica combinaba el fervor religioso con la exaltación real. Por eso, sus construcciones más significativas son los templos y los palacios. Los primeros se desarrollarán con carácter individual hasta el II milenio a.C., hasta la aparición de los grandes imperios con sus monarcas, que primarán la arquitectura palaciega sobre la religiosa.

La escultura conoce en Mesopotamia un gran desarrollo derivado, en primer lugar,  de su carácter votivo inicial, pero sobre todo del papel doctrinario que irá adquiriendo el arte progresivamente, como transmisor de los esquemas que rigen la sociedad mesopotámica. Se cultiva tanto el bulto redondo como el relieve, en todo tipo de materiales aunque preferentemente piedra.

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