Unidad 9: EL ARTE BARROCO.

INTRODUCCIÓN AL ESTILO.

El Barroco, a pesar de ser uno de los estilos más populares y estudiados por la historiografía del arte, o quizá por ello, es una de las manifestaciones artísticas de más difícil definición. Desde el origen del concepto hasta su concreción en el seno de unas variables históricas, políticas, religiosas y culturales muy distintas según las regiones, hacen muy  problemática su caracterización como estilo artístico y permiten dudar de la posibilidad de conformarlo como un todo unitario. La historiografía artística apenas ha podido situar dónde termina el manierismo renacentista y empieza “lo barroco”, entre otras cosas porque tampoco resulta posible precisar con exactitud qué significa dicha palabra. 
Parece claro que el empleo del concepto “Barroco” fue aplicado en sentido peyorativo por la Ilustración ochocentista, como expresión de la decadencia en la que había entrado el arte renacentista durante el siglo XVII. Desde mediados del XIX, los historiadores del arte han realizado una revisión del mismo y  favorecido la recuperación de sus contenidos, presentándolo como un cambio violento respecto de las formas del Renacimiento, en tanto que movimiento cultural novedoso y coherente que revalorizó los criterios sensoriales y dinámicos frente al equilibrio racional de las manifestaciones precedentes.
En definitiva, no puede definirse el arte barroco como un estilo unitario, sino más bien como un conjunto de tendencias, a veces contrapuestas, al servicio de los nuevos poderes: las monarquías absolutas y la contrarreforma en los estados del sur de Europa; la burguesía mercantil y el protestantismo en los estados del norte. Esta complejidad en la definición del estilo adquiere continuidad en su propia evolución, que podemos concretar en las siguientes etapas:
El Barroco temprano del primer tercio del siglo XVII. Es la etapa de aparición del Barroco, ejemplificada en el debate teórico sobre el ideal de lo bello, entre el naturalismo de Caravaggio y el clasicismo romanista ejemplificado por los Carracci.
- El Barroco pleno, desarrollado durante el segundo tercio del XVII. Se denomina también Alto Barroco en Italia y Flandes, donde se caracteriza por un arte sensualista y voluptuoso, representado por artistas como Bernini o Rubens. Es conocido como Barroco clasicista en Francia o Inglaterra por el orden y la claridad con que se expresa en las obras de Poussin o Wren.  Y,

El Barroco tardío del último tercio del siglo XVII y las primeras décadas del XVIII. Es una etapa decorativista y compleja que anticipa soluciones tan contrapuestas como el Rococó y el Neoclasicismo. Está ejemplificada por el modelo del palacio de Versalles, la arquitectura churrigueresca española o la pintura vedutista veneciana.

LA ARQUITECTURA BARROCA.

Los arquitectos del Barroco se guían por un nuevo gusto que sustituye la razón por la sensación. Se huye del vocabulario clásico como normativa estricta; el dinamismo y el movimiento moldean los muros, las plantas se enriquecen con complejas soluciones, la cúpula adquiere un papel de primer orden o las fachadas se conciben como parte esencial del escenario urbano. Pero la característica esencial, no obstante, de la arquitectura barroca es su gobierno sobre las artes plásticas, supeditadas a fundirse con aquella; pintura y escultura se integran en la construcción para conseguir efectos escénicos. Esta simbiosis artística origina en la arquitectura un nuevo espacio: teatral, emotivo y persuasivo.
El Barroco fue un arte esencialmente urbano, ya que la ciudad era el marco idóneo para demostrar las adhesiones a la nueva monarquía o al papado o, simplemente, donde reflejar el esplendor de la nueva burguesía mercantil que la adopta como escenario de su poder. La ciudad barroca se convirtió en teatro perfecto tanto para ceremonias religiosas, procesiones, canonizaciones…, como para exaltaciones regias. Además, aparece como capital, el lugar donde las monarquías establecen su corte y todo su aparato político-administrativo. Ciudades como Roma, París, Londres, Viena o Madrid cambian por completo su configuración urbana, convirtiéndose en los centros neurálgicos de una nueva estética, monárquica y confesional (Madrid de los Austrias). En contra del ideal renacentista, ya no se estiman las ciudades humanas sino las ciudades como expresión del poder y el monumentalismo, la ostentación, la teatralidad y el aumento desmesurado de su población se convierten en sus imágenes más significadas. El nuevo simbolismo urbano tiene en la plaza su ejemplificación principal, centralizando la vida política y reflejando mediante esculturas la figura de sus líderes (en España encontramos el fenómeno particular de las Plazas Mayores).
Roma, como capital de la Cristiandad, y París, de la nación más poderosa del momento, se convierten además en avanzadas de la nueva arquitectura. En la primera, el mecenazgo de los papas desatará la ampulosidad del barroco individualista de Bernini o Borromini; en París, la institucionalización artística a través de las Academias, creará un gusto oficial caracterizado por su contención y mesura.

La arquitectura barroca en España, de la Plaza Mayor al Palacio Real.

España, por su parte, inicia con el siglo XVII una progresiva decadencia política y económica que repercutirá negativamente en la actividad constructiva. No obstante, una innovadora fantasía hace que la arquitectura -como expresión de la ciudad- española presente una gran originalidad, rasgo que se potenciará en las colonias hispanoamericanas. El poder de la Iglesia y las órdenes religiosas explica la multiplicación de iglesias, conventos…, así como actividades populares de clara vinculación urbana: desfiles pasionales, festejos taurinos, etc. La Plaza Mayor se convierte en el centro neurálgico de la nueva ciudad y de las nuevas intenciones sociales y religiosas.

Los tradicionales modelos herrerianos, sobrios y geométricos e inspirados en El Escorial, se imponen a principios del siglo en edificios principalmente religiosos y a través de arquitectos como Francisco de Mora, autor del Palacio de Lerma y de la trama urbana de esta ciudad; su sobrino Juan Gómez de Mora,  de la Clerecía de Salamanca y la Plaza Mayor de Madrid; o el albaceteño Alonso Carbonell, del Palacio del Buen Retiro. A medida que avanza el siglo XVII y hasta bien entrado el XVIII se introducen en España las formas procedentes de Italia, a través de arquitectos italianos que trabajaron para la corte (caso de Juan Bautista Crescenzi) o enviaron sus proyectos desde allí (como Doménico Fontana). Estas influencias contribuyeron a crear un estilo Barroco mucho más decorativo. Las figuras más significativas son:
Los Churriguera, familia de artistas que dará nombre al llamado estilo churrigueresco en la España de la primera mitad del siglo XVIIISe trata de un modelo abigarrado en lo ornamental, con recuerdos de lo hispanoárabe, flamígero o plateresco. José Benito de Churriguera será el autor del Retablo Mayor de San Esteban en Salamanca. Su hermano Alberto será el artífice de la Plaza Mayor de Salamanca.
Pedro de Ribera es, tal vez, el artista de más fuerte personalidad en la transición al siglo XVIII. Su labor como arquitecto municipal le permitió dejar una gran huella en Madrid. Suyos son el Puente de Toledo, la Iglesia de Montserrat o el Hospicio de San Fernando.
Desde la corte, la arquitectura barroca fue extendiéndose por toda España a través de distintos focos regionales:
-          En Andalucía, destaca la figura del también escultor y pintor Alonso Cano, quien construye la Fachada de la catedral de Granada.
-          En GaliciaFernando Casas Novoa, crea la Fachada del Obradoiro en la catedral de Santiago, concebida como telón del edificio medieval y retablo de bienvenida a los peregrinos.
-          En MurciaJaime Bort tiende a un refinamiento rococó en la Fachada de la Catedral.
-          En Castilla-La Manchamerece destacarse el Monasterio de Santiago en Uclés (Cuenca), iniciado en 1529 siguiendo el renacimiento plateresco en boga. Durante los doscientos años que durará su construcción vivirá también su barroco escurialense dirigido por Francisco de Mora, al que se debe su iglesia, y churrigueresco, con la probable intervención de Pedro de Ribera en la fachada principal del edificio (1735). A este momento corresponde una de las grandes obras del estilo, el Transparente de la Catedral de Toledo de Narciso Tomé (1732), quien conjuga arquitectura, escultura y pintura con un sentido escenográfico que remite a modelos centroeuropeos.


Mención aparte merece la arquitectura palaciega, que adquiere notable importancia con la llegada de los borbones tras la Guerra de Sucesión. Las lógicas relaciones con Francia abrirán una vía de interés por la suntuosidad cortesana, a imitación de Versalles, que tiene su primer hito en el Palacio de La Granja de Segovia. Después, Juvara y Sacchetti levantarán en Madrid el Palacio Real a caballo entre el gigantismo de Versalles y la ordenación italianizante, y Bonavía y Sabatini ampliarán el viejo Palacio de Aranjuez, trazando la urbanización completa de la ciudad. Como en Francia, también las academias se preocuparan ahora por sistematizar y controlar el desbordamiento típico del barroco, dando como resultado un estilo más contenido de regustos clasicistas.

LA ESCULTURA BARROCA. BERNINI.

El Barroco es la escultura del movimiento. Al igual que la arquitectura, o como complemento de ésta, es expresión grandiosa y monumental del nuevo poder y por eso adquiere un carácter urbano, engalanando las cornisas de los edificios o a través de las fuentes o los retratos ecuestres que embellecen la ciudad; o participa de un sentido funerario público. Es una escultura cargada de contenidos apasionados y persuasivos, con clara vocación hacia el realismo para representarlos de manera fehaciente y comprensible al espectador.
Emplea materiales diversos; el mármol y el bronce se usan en las grandes obras áulicas; la madera será la expresión de una religiosidad más espontánea y popular. Sea como fuere, estos materiales se trabajan enormemente: pulimentándose, dorándose, policromándose, estofándose…, para conseguir los efectos pictóricos que desea el cliente barroco.
Su temática es muy variada, pero casi siempre con reminiscencias apologéticas en relación con la Iglesia o el Estado. Abunda también la temática de la muerte con carácter dramático y pasional, acorde con la expresividad que caracteriza este tipo de obras.
Existen numerosas escuelas nacionales, entre las que sobresalen: Italia, Francia y España.
En Italia, se desarrolla en torno a la Iglesia y a las actuaciones urbanas de los Papas, cuyo objetivo será convertir la ciudad de Roma en cabeza visible de la humanidad cristiana.
En la transición al siglo XVII destacan las figuras de Stefano Maderno (Santa Cecilia) y Pietro Bernini, quienes reconducen la artificialidad manierista hacia un realismo y pictorialismo típicamente barrocos. Sin embargo, la figura más importante es Gian Lorenzo Bernini, hijo de Pietro,  quien desarrolla una escultura destinada a impactar emocionalmente a través de un juego estético preconcebido: la proyección espacial y el sentido escenográfico de sus obras, la distorsión de sus formas, el modelado de las superficies y un extraordinario virtuosismo.
Bernini, que fue también arquitecto, comenzó muy joven su actividad como escultor, realizando estatuas de carácter mitológico para el cardenal Escipión Borghese. Su perfección técnica es ya excepcional en estas obras de juventud, como Apolo y Dafne o el David, en las que acusa su herencia manierista en el empleo sistemático de la “serpentinata” y el dinamismo inestable de las figuras. En ambas, expresa el momento culminante de la acción y una tensión expresiva fruto también del conocimiento del helenismo.
En su etapa central y gracias a su importante taller, acomete una gran cantidad de encargos que van desde tumbas papales, como la de Urbano VIII, que crea una tipología muy imitada con posterioridad, hasta las fuentes que engalanan las principales plazas de la Roma barroca, como la del Tritón o la de las Cuatro Ríos en la célebre Plaza Navona.
Como escultor religioso, su obra maestra es la capilla Cornaro en la iglesia de Sta. María de la Victoria, con la representación del Éxtasis de Santa Teresa, donde despliega un sentido teatral y escenográfico, a caballo entre lo arquitectónico y lo escultórico, típicamente barroco y al servicio del éxtasis místico de la iglesia contrarreformista. La expresión de la santa, en pleno arrebato emocional, es una de las obras culminantes de todo el barroco. En la beata Ludovica Albetoni, al final de su carrera, vuelve a insistir en el tema del alma deshecha por el éxtasis.
Como retratista ha dejado también infinidad de ejemplos, como el retrato de Luis XIV, en los cuales traduce con extraordinaria vivacidad los rasgos y el carácter de los personajes, dando mucha importancia a los ropajes y la labra.
Bernini tuvo muchos discípulos y colaboradores que prolongan su estilo bien entrado el siglo XVIII y su influencia fue decisiva en toda Europa.

LA ESCULTURA BARROCA EN ESPAÑA.

La imaginería española.

Mientras en Italia y Francia se desarrolla una escultura inspirada en Gian Lorenzo Bernini, realizada principalmente en materiales nobles como el mármol y el bronce, con amplio uso de la mitología y la alegoría, en nuestro país predomina una escultura en madera policromada de tradición manierista que tiene sus antecedentes en autores de la importancia de Alonso de Berruguete y Juan de Juni. Su temática es esencialmente religiosa (IMAGINERÍA), procurando acercarse a la iconografía contrarreformista propuesta por el Concilio de Trento, cuya finalidad consistía en despertar la sensibilidad del creyente para que sienta las imágenes como elementos integrantes de su vida cotidiana. La costumbre de sacar las imágenes en procesión determina la creación de un tipo de escultura procesional de carácter narrativo y exento, muy popular y abundante desde el siglo XVII y después. El deseo de realidad en estas imágenes obliga a renunciar progresivamente al estofado, que es sustituido paulatinamente por una vistosa policromía y elementos postizos: ojos de cristal, pelo, lágrimas de cera, etc. Al menos en un primer momento, predomina el interés naturalista sobre el dinamismo y la teatralidad italianos.
En el desarrollo de los principales centros de actividad de la escultura barroca intervino el protagonismo de ciertos artistas que irradiaron su influencia por determinadas regiones de nuestro país. A comienzos del siglo XVII se pueden señalar dos focos: Castilla, con Valladolid como epicentro y personificado en la figura de Gregorio Hernández, y Andalucía, con Sevilla y Juan Martínez Montañés. A mediados del siglo, el escenario andaluz se amplía a Granada con Alonso Cano, discípulo de Montañés, y a Málaga con Pedro de Mena, discípulo de Cano. Durante el siglo XVIII surge un nuevo punto de interés en Murcia gracias a la familia Salzillo.
Gregorio Hernández. Aunque nacido en Galicia, se establece en Valladolid atraído por el establecimiento de la Corte en la capital vallisoletana durante el reinado de Felipe III, lo que le procuraba un aumento de la clientela, y por el sobrio fervor religioso de la sociedad castellana. Formalmente trabaja sobre todo la madera, concediendo especial importancia al tratamiento anatómico de sus personajes, así como a los efectos de dolor y patetismo que consigue mediante un naturalismo extremo y una profusión de detalles en sus imágenes. Sobresalen las distintas versiones de Cristo: ecce homo, Cristo yacente, Cristo atado a la columna…, y sus populares Inmaculadas, Piedades, Santa Teresas que se repiten en su taller e incluso después de muerto.
Juan  Martínez Montañés. Frente al patetismo de lo castellano, representa la serenidad y el clasicismo que entronca con la tradición renacentista en el tratamiento de las anatomías o en la utilización del contraposto. Sus imágenes, aun las pasionales, destacan por su dulzura y delicadeza, como por ejemplo el Cristo de la Clemencia o sus Inmaculadas. Sus numerosos discípulos evolucionan a partir de su estilo en diversas direcciones. Alonso Cano, en Granada, recoge la influencia de lo sevillano, dotando a sus esculturas de una belleza serena ideal, muy delicada y que huye de cualquier dramatismo. Frente a él, Pedro de Mena, en Málaga, aporta una expresión contenida, un tanto teatral, en sus imágenes.
A comienzos del XVIII la ciudad de Murcia conoce una etapa de abundancia económica debido principalmente al comercio de la seda. En este contexto se termina la fachada de la catedral, se realizan numerosas iglesias y aparece la figura de Francisco Salzillo, como continuador de la tradición imaginera en el marco de un siglo de profunda crisis creativa. Su estilo es muy personal, dulcificando los modelos del XVII e introduciendo aspectos de procedencia italiana de la mano de su padre Nicolás Salzillo, escultor napolitano, que lo sitúan a caballo entre el Barroco y el Rococó. Buenos ejemplos de su obra son sus pasos procesionales, como la Oración del Huerto o la Santa Cena, y su célebre belén, que sigue los modelos del  sur de Italia. Fue creador de un importante taller de gran influencia en el sureste español donde sobresalen las figuras de Roque y José López.

LA PINTURA BARROCA EN EUROPA.

Como en el resto del arte barroco, pero con más intensidad si cabe, la pintura estará caracterizada por el desarrollo político de los estados, lo que contribuye a la creación de escuelas nacionales y la reacción contrarreformista frente a las formas intelectualizadas y antinaturalistas del manierismo. Todo ello se concreta en dos direcciones fundamentales en la pintura: el naturalismo y el clasicismo, ambas de origen italiano y que evolucionan de forma diferente en cada uno de los países atendiendo a sus propias características políticas, económicas y religiosas:
En Italia, la línea naturalista, opuesta al intelectualismo manierista, está representada por Michelángelo Merisi di Caravaggio, que insiste en la realidad temática a partir de la utilización de modelos callejeros, en la personificación de las imágenes religiosas y en la utilización de la técnica tenebrista de gran influencia posterior. El tenebrismo presenta los personajes y los objetos sobre un fondo oscuro, destacándolos mediante una iluminación focal y violenta que hace destacar sus rasgos y gestos más significativos; ignora el paisaje, pero valora enormemente la naturaleza muerta. Sus obras maestras son grandes cuadros religiosos en los que la vulgaridad voluntaria de los modelos no quita grandeza y emoción en las composiciones. Así, la Conversión de San Pablo, la Vocación de San Mateo o la Dormición de la Virgen. La línea clasicista, acorde con los ambientes burgueses boloñeses, se preocupa más por la composición que por la realidad: los Carracci. Una tercera vía, más decorativa y aplicada a la cubrición de los muros, influirá en los ambientes cortesanos: Pietro da Cortona.
- En Francia, el naturalismo caravaggista está representado por Georges de la Tour, quien desarrolla un estilo personal, más geométrico y de extraordinario valor lumínico. El clasicismo adquiere su máxima expresión en las figuras del “sereno y mitológico” Nicolás Poussin y de Claudio Lorena, cuyas escenas alegóricas y bíblicas influirán en el romanticismo y el impresionismo. Una tercera línea está representada por la Academia de Versalles y los retratistas, al amparo de la Corte; influirán enormemente en el resto de las casas europeas, elevarán la condición social de los artistas y crearán una fórmula estética al servicio de los monarcas: Felipe de Champagne.
En Flandes, la sociedad católico-aristocrática se decanta hacia obras de gran formato y elevada solemnidad, tanto religiosas como mitológicas; lienzos de altar las primeras y para la decoración palaciega las segundas. El retrato tiene también un carácter aparatoso y solemne, para dar idea de la posición social elevada del representado. Pedro Pablo Rubens es el pintor barroco por excelencia, caracterizado por el dinamismo, la vitalidad y exuberancia de sus obras. Su colorido es cálido, aprendido de Tiziano, y sus composiciones se ordenan frecuentemente sobre un esquema diagonal que les presta una sensación de movimiento prolongado. Sus cuerpos, carnosos y sensuales contribuyen a concretar este ritmo turbulento y exagerado. Incluso en el paisaje, heredero de lo veneciano, comunica a la naturaleza el mismo impulso dinámico. Rubens abarco con maestría todos los géneros. Como pintor religioso repite series de espectacularidad extraordinaria al servicio de la nueva Iglesia triunfante (Adoración de los Reyes…). Como pintor histórico y mitológico, interpreta con gran sensualidad y efectismo los temas (Las tres gracias). Como retratista, creará un tipo cortesano en el que destaca la altivez de los personajes sin desdeñar el aspecto psicológico (Retrato del Duque de Lerma). Tendrá una influencia enorme en toda Europa e Hispanoamérica. En ocasiones a través de discípulos como van Dyck (gran retratista, recoge el espíritu refinado y selecto del maestro al servicio de la corte inglesa) y Jordaens (cultiva escenas populares y de género).
En Holanda, se desarrolla una pintura muy diversa cuyo nuevo mecenas es la rica burguesía comercial y mercantilista abierta a las modas y gustos populares. La influencia del caravaggismo llega a los Países Bajos a través de los pintores de Utrecht a principios del siglo XVII, pero tamizada por la sencillez y contención del carácter nórdico y aplicada a temas cotidianos: animales, interiores, retratos corporativos, bodegones.... Desde mediados del siglo, la influencia flamenca va introduciendo una cierta aparatosidad y virtuosismo de la que participan los tres grandes autores de esta escuela. Hals (retratista de técnica libre, antecedente de la pintura del s. XIX), Veermer (maestro de género, que expresa la vida burguesa de la época) y, especialmente, Rembrandt van Rijn, quien cultiva un tenebrismo muy peculiar, de pincelada suelta, muy expresivo y de una modernidad e influencia posterior enorme. Cultivó todos los géneros, desde el bíblico, el paisaje, el bodegón o los retratos de grupo, concebidos como complejas composiciones de una naturaleza compleja y misteriosa donde se mezclan lo matérico, lo atmosférico y el sentido dramático que caracteriza obras maestras como La ronda nocturnaEl síndico de los pañeros, La lección de anatomía El buey desollado. De sus discípulos, el más interesante es Ferdinand Bol, pero su estilo permaneció vigente en Holanda hasta finales del siglo XVIII.

LA PINTURA BARROCA EN ESPAÑA. VELÁZQUEZ.


En nuestro país, el siglo XVII representa la culminación del arte y la pintura española, coincidiendo con el Siglo de Oro de las letras. Curiosamente, se enmarca en un contexto histórico de crisis a nivel político, económico e institucional, a partir del declinar de la monarquía de los Austrias, representada por Felipe III, Felipe IV y Carlos II, y de la pérdida del prestigio internacional del Imperio hispánico. Es también el siglo del desarrollo de la Contrarreforma, acorde con el espíritu nacional, que marcará poderosamente el ambiente creativo del momento.

Durante el siglo XVII aparecen las personalidades más fuertes del arte nacional (Ribera, Zurbarán, Murillo o Velázquez), condicionadas por la limitación que supone la carencia de una pintura mitológica, al no existir otra clientela que la religiosa y la cortesana. La temática, por tanto, es el elemento clave de nuestra pintura, predominando lo devocional, aunque sin despreciar lo profano: bodegones, cuadros de género, fiestas, paisajes, históricos, etc., en ocasiones cargados también de simbolismo moral. Todo ello caracteriza las obras del momento hacia un naturalismo equilibrado, en el que lo imaginativo y lo fantástico apenas tienen cabida, y una sencillez de composición y líneas, y la escasa violencia de las formas en comparación con el resto de Europa.

La historiografía artística advierte una evolución histórica del periodo a través de dos etapas:
-        - La primera, del barroco inicial, se desarrolla durante la primera mitad del siglo y se caracteriza  por el predominio del naturalismo tenebrista de influencia italiana (Caravaggio), preocupado por el realismo y la iluminación, y cuyo origen en España debemos situar en El Escorial, particularmente en la obra de Navarrete, desde donde se difunde a través de cuatro focos: Sevilla (Pacheco, Zurbarán y Alonso Cano), Toledo (Tristán, Sánchez Cotán y Pedro Orrente), Valencia (Ribera y Ribalta) y Madrid (los Carducho). Especial significación por su repercusión posterior tienen las figuras de José de Ribera y Francisco de Zurbarán. El primero, afincado en Nápoles es fiel seguidor del claroscuro caravaggista, que interpreta a través de una versión personal más exagerada y crispada caracterizada por una pincelada espesa muy peculiar (Martirio de San Bartolomé o San Esteban). Zurbarán es el pintor monástico por excelencia, lo que se traduce en una pintura de extrema sencillez y severa monumentalidad en sus series de frailes (San Hugo en el refectorio de los cartujos…) o en sus bodegones de poderosos volúmenes conseguidos a base del contraste entre sombra y luz.
-   - En la segunda mitad de siglo, durante el Pleno barroco, asistimos a la difusión de los modelos flamenco-rubenianos y a un giro de la Iglesia hacia lo opulento, que se traduce en una pintura más dinámica, colorista y luminosa que pervive hasta el siglo XVIII. Dos centros: Sevilla (Murillo y Valdés Leal) y Madrid (Rizzi; Carreño y Lucas Jordán). Especial significación, por su enorme popularidad, merece la obra de Bartolomé Esteban Murillo, pintor que encarna el gusto y la devoción de la burguesía popular andaluza lo que se traduce en la delicadeza y sentimentalismo de sus obras. Es, por excelencia, el intérprete de los temas religiosos: las Inmaculadas y el Niño Jesús; pero además, pintor de género realista con escenas llenas de picardía y gracia que rehuyen la expresión de la miseria social (Niños comiendo uvas y melón).
-       
-        - En este contexto destaca sobremanera la figura de Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, uno de los grandes genios de la pintura universal, quien supera en modernidad y amplitud los límtes del barroco.
Cronológicamente Velázquez se encuentra a caballo entre el realismo de la primera etapa y el barroquismo de la segunda, aunque su carácter de hombre culto, sus viajes a Italia y su condición de pintor de corte le sitúan también en la frontera de un clasicismo muy escaso en nuestro país por la inexistencia de una burguesía intelectual y el hecho de que la aristocracia suela encargar ese tipo de obras en Flandes o Italia. A lo largo de su obra se observa la influencia en un primer momento de Pacheco y Herrera el Viejo, en su composición e iconografía. Y, a través del tiempo, de Miguel Ángel, Durero, El Greco, Tiziano y Ribera, así como de grabados flamencos. Contra lo que se creyó en un principio también él influye sobre un amplio círculo, particularmente sobre la Escuela madrileña: Claudio Coello, y posteriormente sobre Goya y los realistas e impresionistas del s. XIX. Su casi coetáneo Lucas Jordán decía de Las Meninas que era “la teología de la pintura” y mucho después Edouard Manet, padre del impresionismo hablaba de él como “el pintor de pintores”.

La historiografía artística tradicional divide su producción cronológicamente y desde un punto de vista esencialmente geográfico en seis etapas:
1ª) Etapa sevillana. Dura plasticidad y tenebrismo. Bodegones, retratos y cuadros religiosos, en muchas ocasiones confundidos: "El aguador", "Vieja friendo huevos".
2ª) Primera etapa madrileña (1623-28). Se establece en Madrid como retratista: influencia de Tiziano: el "Retrato de Felipe IV" le abre las puertas de la Corte y le pone en contacto con la nobleza. Deja atrás el tenebrismo, reduce la temática religiosa e introduce temas mitológicos: "Los borrachos" (1628), aunque tratados aún como cuadros de género. Influido por Rubens viaja a Italia:
3ª) Primer viaje a Italia (1629-30). Aclara la paleta y la pincelada se hace más fluida. Se interesa por el desnudo, el paisaje y la perspectiva aérea: "La fragua de Vulcano".
4ª) Segunda etapa madrileña (1631-1648). A lo largo de esta etapa observamos varios tipos de obras: religiosas, cortesanas (“Baltasar Carlos a Caballo”, “Retrato ecuestre del Conde Duque de Olivares”, “La Rendición de Breda”, basado en el texto de Calderón: El sitio de Breda) y alegóricas. En ellas, Velázquez emplea una pincelada más fluida, una paleta más profunda y de efectos pictóricos que experimenta en sus retratos de bufones: “El niño de Vallecas”.
5) Segundo viaje a Italia (1649-50). Retratos: "Inocencio X", prefiguración del Impresionismo.
6) Período final (1651-60). Regreso a España, paleta líquida y pinceladas rápidas y gruesas. Retratos y cuadros mitológicos, donde la perspectiva aérea y el tratamiento del espacio ilusionista llega a su culminación:. "Las Meninas", retrato en acción de la Familia Real. "Las Hilanderas", un tema mitológico (Palas-Aracne) representado a través de una escena cotidiana de taller. Además de pintor de cámara, Velázquez fue aposentador mayor del reino, dirigiendo la administración de obras arquitectónicas y la decoración de los salones palaciegos. Al margen de influencias, tres pintores se hallan íntimamente ligados al taller de Velázquez: Antonio Puga, Juan Pareja y Juan Martínez del Mazo, quienes recogerán su estilo de manera superficial.

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